El Diccionario ruso

sábado, 30 de agosto de 2008 en 20:43

No estoy segura si es ese el bus que me llevará a Yerbas Buenas, ya son las diez de la noche, creo que me queda muy poco tiempo en este país, cada vez deseo más irme a Rusia, en la última carta insisten en la necesidad de que demos a conocer la Congregación allí, tengo que aprender pronto el idioma, voy muy lento.

¿Qué querrá este hombre? ¡no, no necesito que me limpie, por Dios que amable y ahora quiere que me saque el impermeable, espere un poco, déjeme sacarme la mochila, ¿cómo me manché, no me di cuenta que llevaba una mancha. Estaba bien, aquí está, parece buen hombre, demasiado atento, algo raro...


Costó conseguirme el diccionario, pero me será tremendamente útil, es difícil no usar dinero, pero se puede lograr, no quiero que pase por mis manos ni por un peso, mi objetivo es la pobreza y el despojamiento total, si no lo practico en forma radical nadie creerá que es posible. Piensan que la Providencia es una palabra pero, yo la palpo a cada momento con tus delicadezas Señor, tu preocupación constante por tus pobrecitas, no hay mayor placer para mí que estar contigo Señor y sentir tu luminosa presencia, eres la plenitud.


¡OH! mi diccionario...no lo encuentro, tampoco está mi agenda con direcciones de todo el mundo, no debo lamentarlo, no debo apegarme a nada, pero será muy difícil conseguirlos de nuevo. ¿De dónde habrán sacado que andamos con dólares?. Nunca pensé que un Terminal de Buses fuese un lugar de riesgo, en mi país no ocurre esto, se me olvida que estoy en Chile.


- ¡Oye Rulo! Consíguete algo mejor será, en vez de estar “echao” “aí”, ya no aguanto más la “gritaera” de los chiquillos por que no les tengo “comía”. El “perla” va a seguir cesante; si es pura flojera oh, trabajo a tu pinta vái a encontrar el 2010. Al primer jetón o jetona que pillís, siempre que no sea curita ni monja, vís que la Iglesia de la “pobla” “se pone” con “nohotros”, son tan re´locos que quieren parecerse a “nohotros”, siendo que ellos tienen güen mate y son de familias cuicas. Aemás los pué caer más desgracia Rulo, ¿me oyiste?

- Mira Patoja e´mierda, ¡deja de fregarme! Saís que cuando me aprietan las tripas no soy na´e fijao con el “cliente” o la “clienta”.

- ¡UFFF! Me cansé tanto correrla, pero no costó na´el traajo con la flaca de polleras largas. ¿Quéé? ¡no tiene ni un solo dólar y este libro y esta porquería ¿para qué me sirven por la chucha?

MILLANTUY Y COBQUECU

en 20:40






¡Juana! Ya pues, ¿qué te pasa?, me asustái negra ¡despierta! NEGRA, dijo Manuela, la cocinera de una casa de un Barrio Residencial de Temuco, eran las 8:00 en punto del día sábado.
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Para Millantuy era posible penetrar en ese mundo nocturno, tan verdadero, quizás más que éste que solía presentarse ahíto de sufrimientos y prohibiciones, como el no poder contemplar a aquel que tenía bajo hechizo de amor, porque las tribus continuarían por largo tiempo en antagonía. Tenía que verlo, en esta vida o en otra.


Decidió visitarle una de esas noches en que el sueño se acerca aprisionando la cabeza con una embriaguez parecida a la que provoca esa agua picante que trajeron los “hombres caballos”. No correría riesgos, pues nadie la vería desplazarse por la tierra llana ni por la selva, a menos que alguien como ella transitara por esos estados exactamente el mismo día. Estaba segura que no, porque cada vez que defendía su convicción ante los miembros de la tribu, todas la contradecían. Recordaba bien que su abuelo Manquecura les contaba que si alguien se atrevía a cruzar “la barrera”, su espíritu podría quedar engarzado con otro y no retornaría. La encontrarían helada, pero no lo estaría, suponiendo que hallara al objeto de su desvelo, ardería por los cuatro costados, como la gran fogata que se prepara para celebrar las fiestas de los dioses protectores. Iba a estar en plena contemplación de aquellos ojos oscuros y envolventes que la habían encadenado, desde que se conocieran en el fondo del mar mientras buceaban y luego en esa cita en la copa del árbol tupido que colindaba con el río, donde comenzaba la vegetación desconocida. Por eso seguiría su deseo, ¿acaso los animales no lo hacen? Eso era vivir. El esperar era una imitación de la vida, que esperaran los cobardes.


Se incorporó de su espíritu y concentróse intensamente en el segundo sueño que es el más profundo, en tanto le acogió su camastro de hojas, cálido nido donde hacía un hito de los menesteres que la esperaban cada vez que salía el sol☼.


El nativo, Cobquecú, al verla llegar no mostró ni el más leve signo de sorpresa, como si acabara recién de verla. Presentaba un aspecto apesadumbrado, deteriorado, la cicatriz de la flecha que lo había herido gravemente por estar con la niña de los beligerantes, ya estaba sana, pero cierta tristeza o debilidad opacaba sus gestos. No la veía. Tenía la insensibilidad de la piedra, como si una montaña les separara.

- ¡¡Cobquecú!! Soy yo, Millantuy, la de las trenzas suaves, estoy aquí, tócame. Cobquecú permaneció sin responder. Millantuy empezó a sentir sobre sus hombros un peso muy grande, como cuando debía trasladar los tiestos de agua desde el arroyo, su paciencia menguó y paulatinamente se trocó en desesperación, al ver que todas sus acciones caían al vacío sin lograr atraerlo. Ni siquiera podía contarle la tremenda impresión recién vivida donde había cruzado por lugares iguales a la cueva del murciélago.


- ¡Cobquecú! –insistió- pude ver parejas de amantes que al igual que nosotros se han unido en este mundo. Todo aquello que no se puede hacer y mantenemos aprisionado, “aquí, sí se puede hacer”.

Un vago sentido del tiempo la hizo recobrarse, momento en que le ofreció el recurso materno de amamantarlo, descubrió su pecho canela muy lentamente a la vez que sentía como si le tirasen la saya, retrotrayéndola a una luz que le hería los ojos con dureza, agregábase a esto una nítida sensación que queda de los sueños auténticos, de estar bien, de no ser culpable. Sólo entonces, sintió el calor de sus manos grandes y fuertes estrechando uno a uno sus dedos, ensamblándose, pero en el momento en que resbalaba de sus labios la palabra mágica de reconocimiento, sus cuerpos fusionados resbalaron hacia la noche oscura del bosque, ofreciendo el lecho antiguo de las hojas húmedas y cómplices, las que no podían advertirles que dos ojos, al mismo tiempo que dos flechas les observaban detrás de los árboles milenarios.



Por más que Manuela tironeara a Juana, no despertaba y no le quedó más solución que comunicarle a la patrona que su compañera no se movía y estaba muy fría.

Aroma a Flaño

en 20:34

Aroma a Flaño


La nostalgia llegó ese día de supermercado al ver aquella silueta, el rostro adusto, la vida distante y aquellos sentimientos interpuestos que como galaxias de tiempo transcurrido confirmaba la frase “es tan corto el amor”*. Una brisa pretérita debió golpearme porque deseé con fuerza verle...y como si ese anhelo contuviera una energía mágica o premonitoria, en pocos minutos estaba allí, como si su aura buscase la mía, aunque él no lo supiera, ni menos lo deseara; le acompañaba una mujer de pelo tinturado, leve papada, ojos de sapo; él imponente belleza masculina que aumenta con los años.

Desde algún recodo mental escuché “por que te quiero a ti, por que te quiero, dejé los montes y me vine al mar”. Mientras cruzábamos los cerros de Talcahuano, abrazados apenas, delatando minúsculamente la atracción colegial, pero ningún tema en común, en su lugar un silencio rodeado de temores, atrasaba el deseo de besarse, porque es la primera vez, entonces se instala la vacilación, te quiero y me resisto, no te quiero, no te voy a dar ese gusto, puedo arrepentirme y luego el pudor impregna el aire mientras el uniforme se rigidiza. De todos modos, ambos o uno de ellos vislumbra y palpa que este momento es un hito en la historia individual.

El banco de la plaza se aburre de esperar una conversación animada y juvenil, no hay preguntas;
sin embargo, él está ahí, le comunica su paz; ella no entiende, se aburre, los ojos de él se agrandan al mirarla, ella se mueve inquieta, no asimila bien la energía que él le entrega, tampoco alcanza a interpretar los signos de esa mirada, la timidez es unas tijeras que los desune a cada instante. Corren los años 70, es el hombre el que toma la iniciativa, su aroma a Flaño la envuelve, le mira las pecas, una por una, cada una de ellas es un sueño que tendrá con él en el futuro, cuando al declinar el cuerpo, surgen en el cerebro partes de la juventud como destellos felices en que será sin embargo, una pieza perdida de un rompecabezas.


Paseo del colegio, fin de año, él se sienta frente al mar, solitario; lo observas lejano, a propósito para que te acerques o acaso es realmente lo que aparenta, un solitario, como solitaria es la adolescencia, ese sufrir solo en el universo, colgando en el espacio totalmente negro.

Quieres estar con él, mirar el brillo del agua donde puedas contemplar sus pensamientos reflejados para conocerlo al fin, pero tu orgullo o quizás qué cosa, cuesta definir las cosas que sientes, el mundo es un cúmulo de sensaciones que te atosigan y no alcanzas a asimilarlas todas, esto se te traduce en miles de espinillas que te afean, tornándote eternamente insegura, entonces te frenas y desde lejos dejas a la arena, al mar que te lo usurpe, te
quedas con tus amigas, al fin y al cabo tú eres “independiente” y “los demás”, los demás son esa tremenda barrera que te hace mantener distancia, esos mismos que en el futuro cuando te vean sufrir callada no cooperarán a la reconciliación. O fue él, tal vez, que le dijo que no quería nada contigo; suena en tus oídos la canción en la que te mandó un claro mensaje ”no quiero compasión, quiero amor sincero, tú y tu indiferencia, lograron alejarme, no quiero compasión”.***


Miro su amplia espalda y aquellas largas piernas que se alejan, empujando el carro de víveres, cesa mi retrospección al darme cuenta que los niños me gritan desde el sector de las galletas, mi marido con su habitual paciencia, ya tiene todo listo, incluida la comida para el perro, está acostumbrado a cierta distracción característica de su cónyuge, especialmente cuando se trata de comida.



Cree que no la vi, está bien, un poco avejentada, pero interesante, cuánto me hizo sufrir, cercenó el amor, cercenó todas mis intenciones, en realidad no la olvidé; creo que nunca la voy a olvidar, sólo necesitaba una mujer menos lacónica; amaba sus ojos almendrados llenos de misterio, su sonrisa exquisita, su pelo oscuro de tahitiana, cintura pequeña tenía, la amé mucho; fue la primera a la que me atreví a hablarle, pero me hizo sentir estúpido, hasta que la Eli tomó la iniciativa y me dejé llevar por ella, hasta que nos casamos. Lo que no me explico (quizás nunca me quiso), es por qué aún la veo en mis laberintos nocturnos y estamos reconciliados (no supe nada exacto de ella); al fin nos miramos de nuevo con calidez, nunca la vi con nadie en ese tiempo, pero ella no me quería. Una voz imperativa lo saca de sus pensamientos:

-René, Renée, ¡qué te pàsa!!

- Nada Eli, estaba sacando cuentas mentalmente.

- Haz el cheque! El carro está listo.
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* verso de un poema de P: Neruda

** Canción de Joan Manuel SERRAT

*** Canción de un conjunto musical español, años setenta.

INFINITA CLARA

en 20:32

No podía ser que le diera espacio a esa congoja tan acentuada, como cuando se despide en el andén a alguien muy querido y se reprime el llanto hasta que se ha marchado.

Clara se consideraba lectora empedernida. El libro le había cautivado quizás más que otros, por ese sentimentalismo casi femenino del poeta y por lo mismo al leerlo sintió que parte de su ser estaba ahí. Sin embargo, le parecía a ratos exagerado, le sobrepasaba su propia sensibilidad, hasta llegar a lo empalagoso. Libro reliquia, amarillento, tal vez de edición única.

Disfrutó la obra a solas, como suele hacerse. Asistió a un Club Privado y la llevó, almorzó en su compañía. Tuvo que ausentarse de la ciudad en varias ocasiones pero, lo incluía en cada viaje. Antes de dormir eran unas líneas del volumen que la tranquilizaban para conducirla suavemente a un estado de descanso perfecto. Al despertar era una acicate, un estímulo que la hacía saltar con agilidad desconocida de la cama, antes de ir a sus clases en el Liceo de Niñas de Concepción.

El texto en sí no contaba grandes maravillas, todo era conocido, ahondó en las penurias, pequeños logros literarios, la llegada lenta del éxito, observaciones y reflexiones que apuntaba en sus paseos por Europa, las cartas que enviaba a su esposa, Clara Rilke, desde el año 1902 adelante, otras dirigidas a Rodin, el escultor, al pintor Zuloaga, a gente notable de la época.

Expiró el plazo del préstamo del libro, con desazón lo devolvió, como si tuviera pendiente fotocopiar algo importante y que nunca más encontraría, o bien anotar las páginas a su entender, relevantes o finalmente, obviando la carestía y la dificultad de encontrar una edición como esa, buscar el ejemplar en el comercio y comprarlo. En todas estas cavilaciones demoró más de la cuenta en la entrega.

Esa noche sintió un vacío. No extrañaba la trama entretenida, como ocurre con las novelas que hacen olvidar completamente todo, hasta que llega el momento de volver a la realidad y se hace imperativo aprehender de nuevo el yo. No, era un curioso sentimiento de pesar, de extrañar a alguien con quien se ha sintonizado perfectamente, una sensación indefinible de paz muy cercana a la felicidad beatífica. Lo que sentía ahora, le provocaba un agudo desacomodo espiritual, un desajuste, como cuando nos falta una o dos piezas para completar el puzzle más fácil.

Ese alguien o ese algo inefable, inasible, estaba mudo como un fantasma, muerto de nuevo, aunque por razones de este mundo no podía ir a recuperarlo y le sobrevino una acentuada aflicción. Buscó la ventana con inquietud y miró el cielo, luego divisó entre los árboles más allá del horizonte, el infinito, donde ella, Clara Rilke, extrañaba a RAINIER y esperaba que la ventana le anunciara en cualquier momento la llegada del tren que venía desde la costa de Europa.

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