Aroma a Flaño

sábado, 30 de agosto de 2008 en 20:34

Aroma a Flaño


La nostalgia llegó ese día de supermercado al ver aquella silueta, el rostro adusto, la vida distante y aquellos sentimientos interpuestos que como galaxias de tiempo transcurrido confirmaba la frase “es tan corto el amor”*. Una brisa pretérita debió golpearme porque deseé con fuerza verle...y como si ese anhelo contuviera una energía mágica o premonitoria, en pocos minutos estaba allí, como si su aura buscase la mía, aunque él no lo supiera, ni menos lo deseara; le acompañaba una mujer de pelo tinturado, leve papada, ojos de sapo; él imponente belleza masculina que aumenta con los años.

Desde algún recodo mental escuché “por que te quiero a ti, por que te quiero, dejé los montes y me vine al mar”. Mientras cruzábamos los cerros de Talcahuano, abrazados apenas, delatando minúsculamente la atracción colegial, pero ningún tema en común, en su lugar un silencio rodeado de temores, atrasaba el deseo de besarse, porque es la primera vez, entonces se instala la vacilación, te quiero y me resisto, no te quiero, no te voy a dar ese gusto, puedo arrepentirme y luego el pudor impregna el aire mientras el uniforme se rigidiza. De todos modos, ambos o uno de ellos vislumbra y palpa que este momento es un hito en la historia individual.

El banco de la plaza se aburre de esperar una conversación animada y juvenil, no hay preguntas;
sin embargo, él está ahí, le comunica su paz; ella no entiende, se aburre, los ojos de él se agrandan al mirarla, ella se mueve inquieta, no asimila bien la energía que él le entrega, tampoco alcanza a interpretar los signos de esa mirada, la timidez es unas tijeras que los desune a cada instante. Corren los años 70, es el hombre el que toma la iniciativa, su aroma a Flaño la envuelve, le mira las pecas, una por una, cada una de ellas es un sueño que tendrá con él en el futuro, cuando al declinar el cuerpo, surgen en el cerebro partes de la juventud como destellos felices en que será sin embargo, una pieza perdida de un rompecabezas.


Paseo del colegio, fin de año, él se sienta frente al mar, solitario; lo observas lejano, a propósito para que te acerques o acaso es realmente lo que aparenta, un solitario, como solitaria es la adolescencia, ese sufrir solo en el universo, colgando en el espacio totalmente negro.

Quieres estar con él, mirar el brillo del agua donde puedas contemplar sus pensamientos reflejados para conocerlo al fin, pero tu orgullo o quizás qué cosa, cuesta definir las cosas que sientes, el mundo es un cúmulo de sensaciones que te atosigan y no alcanzas a asimilarlas todas, esto se te traduce en miles de espinillas que te afean, tornándote eternamente insegura, entonces te frenas y desde lejos dejas a la arena, al mar que te lo usurpe, te
quedas con tus amigas, al fin y al cabo tú eres “independiente” y “los demás”, los demás son esa tremenda barrera que te hace mantener distancia, esos mismos que en el futuro cuando te vean sufrir callada no cooperarán a la reconciliación. O fue él, tal vez, que le dijo que no quería nada contigo; suena en tus oídos la canción en la que te mandó un claro mensaje ”no quiero compasión, quiero amor sincero, tú y tu indiferencia, lograron alejarme, no quiero compasión”.***


Miro su amplia espalda y aquellas largas piernas que se alejan, empujando el carro de víveres, cesa mi retrospección al darme cuenta que los niños me gritan desde el sector de las galletas, mi marido con su habitual paciencia, ya tiene todo listo, incluida la comida para el perro, está acostumbrado a cierta distracción característica de su cónyuge, especialmente cuando se trata de comida.



Cree que no la vi, está bien, un poco avejentada, pero interesante, cuánto me hizo sufrir, cercenó el amor, cercenó todas mis intenciones, en realidad no la olvidé; creo que nunca la voy a olvidar, sólo necesitaba una mujer menos lacónica; amaba sus ojos almendrados llenos de misterio, su sonrisa exquisita, su pelo oscuro de tahitiana, cintura pequeña tenía, la amé mucho; fue la primera a la que me atreví a hablarle, pero me hizo sentir estúpido, hasta que la Eli tomó la iniciativa y me dejé llevar por ella, hasta que nos casamos. Lo que no me explico (quizás nunca me quiso), es por qué aún la veo en mis laberintos nocturnos y estamos reconciliados (no supe nada exacto de ella); al fin nos miramos de nuevo con calidez, nunca la vi con nadie en ese tiempo, pero ella no me quería. Una voz imperativa lo saca de sus pensamientos:

-René, Renée, ¡qué te pàsa!!

- Nada Eli, estaba sacando cuentas mentalmente.

- Haz el cheque! El carro está listo.
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* verso de un poema de P: Neruda

** Canción de Joan Manuel SERRAT

*** Canción de un conjunto musical español, años setenta.

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