MILLANTUY Y COBQUECU

sábado, 30 de agosto de 2008 en 20:40






¡Juana! Ya pues, ¿qué te pasa?, me asustái negra ¡despierta! NEGRA, dijo Manuela, la cocinera de una casa de un Barrio Residencial de Temuco, eran las 8:00 en punto del día sábado.
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Para Millantuy era posible penetrar en ese mundo nocturno, tan verdadero, quizás más que éste que solía presentarse ahíto de sufrimientos y prohibiciones, como el no poder contemplar a aquel que tenía bajo hechizo de amor, porque las tribus continuarían por largo tiempo en antagonía. Tenía que verlo, en esta vida o en otra.


Decidió visitarle una de esas noches en que el sueño se acerca aprisionando la cabeza con una embriaguez parecida a la que provoca esa agua picante que trajeron los “hombres caballos”. No correría riesgos, pues nadie la vería desplazarse por la tierra llana ni por la selva, a menos que alguien como ella transitara por esos estados exactamente el mismo día. Estaba segura que no, porque cada vez que defendía su convicción ante los miembros de la tribu, todas la contradecían. Recordaba bien que su abuelo Manquecura les contaba que si alguien se atrevía a cruzar “la barrera”, su espíritu podría quedar engarzado con otro y no retornaría. La encontrarían helada, pero no lo estaría, suponiendo que hallara al objeto de su desvelo, ardería por los cuatro costados, como la gran fogata que se prepara para celebrar las fiestas de los dioses protectores. Iba a estar en plena contemplación de aquellos ojos oscuros y envolventes que la habían encadenado, desde que se conocieran en el fondo del mar mientras buceaban y luego en esa cita en la copa del árbol tupido que colindaba con el río, donde comenzaba la vegetación desconocida. Por eso seguiría su deseo, ¿acaso los animales no lo hacen? Eso era vivir. El esperar era una imitación de la vida, que esperaran los cobardes.


Se incorporó de su espíritu y concentróse intensamente en el segundo sueño que es el más profundo, en tanto le acogió su camastro de hojas, cálido nido donde hacía un hito de los menesteres que la esperaban cada vez que salía el sol☼.


El nativo, Cobquecú, al verla llegar no mostró ni el más leve signo de sorpresa, como si acabara recién de verla. Presentaba un aspecto apesadumbrado, deteriorado, la cicatriz de la flecha que lo había herido gravemente por estar con la niña de los beligerantes, ya estaba sana, pero cierta tristeza o debilidad opacaba sus gestos. No la veía. Tenía la insensibilidad de la piedra, como si una montaña les separara.

- ¡¡Cobquecú!! Soy yo, Millantuy, la de las trenzas suaves, estoy aquí, tócame. Cobquecú permaneció sin responder. Millantuy empezó a sentir sobre sus hombros un peso muy grande, como cuando debía trasladar los tiestos de agua desde el arroyo, su paciencia menguó y paulatinamente se trocó en desesperación, al ver que todas sus acciones caían al vacío sin lograr atraerlo. Ni siquiera podía contarle la tremenda impresión recién vivida donde había cruzado por lugares iguales a la cueva del murciélago.


- ¡Cobquecú! –insistió- pude ver parejas de amantes que al igual que nosotros se han unido en este mundo. Todo aquello que no se puede hacer y mantenemos aprisionado, “aquí, sí se puede hacer”.

Un vago sentido del tiempo la hizo recobrarse, momento en que le ofreció el recurso materno de amamantarlo, descubrió su pecho canela muy lentamente a la vez que sentía como si le tirasen la saya, retrotrayéndola a una luz que le hería los ojos con dureza, agregábase a esto una nítida sensación que queda de los sueños auténticos, de estar bien, de no ser culpable. Sólo entonces, sintió el calor de sus manos grandes y fuertes estrechando uno a uno sus dedos, ensamblándose, pero en el momento en que resbalaba de sus labios la palabra mágica de reconocimiento, sus cuerpos fusionados resbalaron hacia la noche oscura del bosque, ofreciendo el lecho antiguo de las hojas húmedas y cómplices, las que no podían advertirles que dos ojos, al mismo tiempo que dos flechas les observaban detrás de los árboles milenarios.



Por más que Manuela tironeara a Juana, no despertaba y no le quedó más solución que comunicarle a la patrona que su compañera no se movía y estaba muy fría.

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